Importantes países como Reino Unido, Alemania, Noruega, Holanda, México, China y muchos estados de los Estados Unidos han abolido las restricciones a la libertad que, por el Covid-19, impusieron a sus ciudadanos. El trabajo y la educación presencial han retornado, ya no requieren carnés de vacunación para ingresar a lugares públicos, ni mantienen aforos restringidos en establecimientos comerciales, restaurantes y espectáculos, y exigen mascarillas solo en hospitales, clínicas y casas de reposo. Este cambio se debe a que gran parte de la población fue vacunada o tuvo ya la enfermedad; a que las nuevas variantes son menos agresivas que las anteriores; a que existen protocolos de atención médica efectivos para hacer frente a la enfermedad, pero, sobre todo, a que son conscientes del enorme daño que las medidas restrictivas y de confinamiento social causaron a la salud física y mental, y la economía, de sus poblaciones. En el Perú, las disposiciones contra la pandemia consistieron en el aislamiento social durante más de 100 días, cerrar los centros de salud de atención primaria, impedir el trabajo y la educación presenciales, limitar el acceso a locales comerciales y restaurantes, y clausurar bares, hoteles y lugares de entretenimiento. Así logramos la mayor tasa de mortalidad del mundo. No olvidemos que la indolencia sanitaria del gobierno impidió la respuesta organizada de la sociedad al rechazar la ayuda de empresas, Iglesia Católica y de individuos que pusieron sus recursos a disposición del país.
Por eso, el PBI decreció -12.5% el año 2020, la deuda pública aumentó 22%, el 48% de las pequeñas empresas cerraron y la informalidad llegó al 78%. En el año 2021 el PBI rebotó en 13.3% por el mayor valor de nuestras exportaciones, pero no hemos recuperado el millón de empleos formales perdidos. Los estudiantes, tampoco recibieron la educación virtual prometida, principalmente de colegios y universidades públicas.
Ahora sabemos que las víctimas de la pandemia fallecieron no solo del Covid19, sino también, de otros padecimientos por falta de atención médica. Las muertes por cáncer, ataques al corazón, diabetes e infecciones se multiplicaron. A lo que habría que sumar el aumento de las tasas de suicidios, depresión, alcoholismo, violencia familiar y divorcios; así como robos y homicidios. Signo de descomposición social.
Aumentar los aforos y levantar el toque de queda ayudará a los sectores más afectados, pero es tiempo ya de cambiar de estrategia para que las actividades sociales y económicas regresen a la normalidad; sin dejar de preocuparnos por los enfermos. Necesitamos recuperarnos mental y económicamente o el remedio resultará peor que la enfermedad. El gobierno debe derogar las restricciones y limitaciones impuestas. No más carnés de vacunación para entrar a locales públicos, ni aforos limitados, ni mascarillas en lugares abiertos. Libertad para trabajar presencialmente, libertad para estudiar, libertad para viajar, libertad para que las familias compartan. Recobremos la vida saludable respirando aire puro al sol, en parques, playas y campos, y que el Estado respete la libertad, porque es responsabilidad de los ciudadanos cuidarse.